por Andrés Schuschny
Pasado
Según comenta Manuel Lillo Crespo en su excelente arqueología de la vejez se puede afirmar que en la prehistoria la longevidad era considerada como un valor especial, “sobrenatural”, con “protección divina”. Los chamanes y brujos eran los ancianos de la tribu pues se consideraba a estos como los depositarios del saber y transmisores de la memoria dado que la capacidad de haber alcanzado edades avanzadas suponía un privilegio experiencial superlativo.En efecto, es dable imaginar (como lo exponen tantas películas que evocan cuestiones tribales) que la vejez prehistórica debería haber sido considerada desde una perspectiva positiva por la virtud atribuible a la supervivencia. El anciano se constituía en símbolo de esta y, por lo tanto, dotada de gran admiración.
Según parece, en Egipto a los ancianos se les otorgaba un papel dirigente por la experiencia y sabiduria que les confería la longevidad. Por lo comentado por Lillo Crespo, la palabra anciano en la cultura egipcia, significaba sabiduría. Una función destacada de los adultos mayores era la de educadores, guías y consejeros de los más jóvenes. Sin embargo, para la sociedad griega que, como sabemos, adoraba la belleza, la vejez no podía menos que significar una ofensa al espíritu. Es por eso que la longevidad era motivo de mofa en sus comedias.
Para los griegos, la vejez era considerada como un castigo. En los tiempos de Homero, el consejo de los ancianos en Atenas, sólo era un órgano consultivo dado que las decisiones eran tomadas por los más jóvenes. Una actitud contraria pareciera manifestarse en la ciudad de Esparta, la cual tenía un senado: el Gerusia, compuesto por veintiocho miembros todos ellos mayores de sesenta años. Ello muestra que, los espartanos respetaron a los ancianos por considerarlos transmisores de sabiduría, digo yo, depositarios de la memoria experiencial.
Si nos referimos al antiguo testamento, podemos constatar que en el mundo hebreo, los ancianos jugaron un importante papel en la conducción (Ex. 3, 16) como describe la orden de Dios a Moisés: “Vete delante del pueblo y lleva contigo a ancianos de Israel” (Ex. 17,5). En el Libro de los Números se habla del Consejo de Ancianos, una entidad con grandes poderes religiosos y judiciales.
Algo similar se dió en el imperio romano en el que el anciano fue un personaje muy considerado. Tal como lo comenta Manuel Lillo Crespo, el Derecho romano concedía autoridad al anciano en la figura del Pater Familia, que ostentaba gran poder en la familia y sobre los esclavos al punto de que llegaran a ser odiados y temidos. Tal concentración de poder fijó una relación intergeneracional tan asimétrica que generó grandes conflictos y condujo a un verdadero odio hacia los viejos. La época de oro de los ancianos fue la de la República, donde se confiaba el poder político a los hombres de edad avanzada.
Posteriormente, durante la denominada “Edad oscura” o “Alta Edad Media” para la Iglesia, el de los ancianos no constituyó un grupo específico, sino que formaban parte del conjunto de los desvalidos. Es por eso que a partir del siglo V, la vejez se convierte en un símbolo negativo y su llegada va a ser temida por todos. En el ámbito de la moral, los autores utilizan la vejez como imagen alegórica del pecado, propagando una visión pesimista de la ancianidad. La vejez en el cristianismo de la Edad Media es la imagen de la fealdad y la decrepitud que representa al pecado y sus rechazadas consecuencias.
Sin embargo, la llegada de la peste negra en el siglo XIV y su propagación por toda Europa generó una catástrofe de tales proporciones que llega a matar a más de un tercio de la población europea, ensañándose especialmente con niños y adultos jóvenes. Ello dió lugar a que el número de ancianos tuviese un considerable incremento relativo lo que los convirtió (nuevamente) en patriarcas, recuperando posición social, política y económica.
Sin embargo, durante el Renacimiento se resignifica la idea de la belleza de la cultura griega y florece el espíritu individualista que yacía sepultado, tras siglos de encierro en pequeñas ciudades amuralladas y pestilentes, inundadas de miedos y violencias. Esto provocó el rechazo sin disimulo a la vejez, la que paso a representar la corporización de la fealdad, la decrepitud inevitable, el carácter melancólico y la decadencia. El desprecio a la vejez se manifestó en las artes y en las letras. La creciente población de jóvenes, el uso de la imprenta y la sistematización de los registros parroquiales, provocan que los ancianos pierdan ese rol de ser la memoria viva de los grupos.
Presente
Durante la modernidad, las cosas empeoran. El Estado del mundo moderno se torna impersonal y reglamentado. Surge así una progresiva despersonalización y un creciente predominio de funcionarios, para cuyo retiro se inventa lo que hasta nuestros días hemos llamado como “jubilación”. Esto supone una perspectiva institucionalista del cuidado del anciano que durante siglos había sido realizado desde la familia, sin ningún tipo de remuneración y entendido como un deber independiente y familiar. Es con la llegada de la Revolución Industrial, cuando al ser humano se le valora por el trabajo que ha realizado y el Estado se organiza para compensarlo ante el resto de la sociedad.
En el mundo contemporáneo, las ciencias aplicadas, como la medicina y sus ramas: la geriatría y gerontología, influyen definitivamente en la vida de los ancianos posibilitando el incremento de la esperanza de vida. Sin embargo, y dados los vertiginosos avances tecnológicos, los ancianos no solamente dejan de ser depositarios de sabiduría sino que al contrario, se ven vorazmente alejados del conocimiento moderno, debido a que se considera que ya no aprenden.
La época actual se caracteriza por una cierta decadencia del concepto de experiencia. En un mundo que elogia la novedad, la experiencia no es tan apreciada porque representa el pasado (indeseable). Además, basta atender a los estereotipos de la publicidad actual para comprobar que física y estéticamente, el anciano ocupa un papel más que deleznable para nuestra sociedad.
Paradójicamente, las nuevas condiciones de vida (particularmente del mundo más desarrollado y de las megaciudades) están haciendo que la población vaya envejeciendo, haciendo que el grupo etario con mayor velocidad de crecimiento sea el de los ancianos que se encuentran por sobre los 85 años. Por otro lado, la prolongación del período post-jubilación, conlleva a un empobrecimiento progresivo, agravado por la mayor necesidad de asistencia/gasto médico y la menor cantidad de población económicamente activa. Ello se ve agravado por tasas de fecundidad y natalidad que continúan descendiendo y por la laxitud de los vínculos familiares que ponen a los más viejos en una situación de potencial desamparo.
Futuro
¿Ahora bien, cómo tendríamos que redefinir el rol de los ancianos de cara al futuro? A fin y al cabo todos vamos para allá y, por lo tanto, el tema debería ser alimento de nuestra preocupación.
Podemos definir diversos tipos de edades. Claramente, todos tenemos una edad biológica reflejada en nuestro documento de identidad, pero está también la edad psicológica que se vincula con nuestras habilidades adquiridas y nuestra capacidad de adaptarnos. Con todo, también se puede definir una edad social relacionada con los roles que reflejamos en la sociedad o los que esta nos impone.
Es por eso que deberíamos encontrar mecanismos de interacción social y familiar que promuevan el envejecimiento activo. El rol de los viejos es un tema a investigar seriamente. Si los condenamos a convertirse en bultos pasivos anestesiados por las banalidades televisivas de la cotidianeidad, estaremos, creo yo, desperdiciando gran parte de ese superávit cognitivo que tanto defiende Clay Shirky y que ellos pueden aportar.
Si se los considera a los viejos como un valor del que la sociedad puede aprovecharse, como personas que pueden ofrecer todavía a la sociedad algo, entonces es posible organizar la función de la vejez desde un lugar que cobre sentido. Si los ancianos no son compelidos a poner sus tiempos y sus experiencias en ejecución y brindarlas a los demás no dejarán de ser vistos como una carga para las sociedades en desarrollo y un flujo de renta turística para los desarrollados.
Tal vez la clave sea encontrar la forma en la que los niños, dotados de la habilidad de adquirir conocimientos computacionales a un ritmo vertiginoso, interactúen estrechamente con los ancianos para capacitarlos y buscar la manera de que estos últimos aprovechen las potencialidades de los medios colaborativos.
Me gustaría citar el caso de Manuel Gross Osses. Se trata de un señor que vive en el Sur de Chile y que posee un blog sobre temas de gestión, desarrollo empresarial, planificación, coaching y desarrollo personal, llamado Pensamiento Imaginactivo. Si bien él no escribe en dicho blog, se dedica seleccionar artículos de otros blogs (como este) lo cuales copia y pega en el suyo. Manuel es un copy&pasteador profesional.
Dado que la selección de los artículos es muy buena el blog ocupa los primeros lugares entre los blogs más visitados de Chile. La labor que él realiza no requiere más que el placer de leer y filtrar lo que a él le gusta y aglutinarlo en un sólo lugar, con el consiguiente valor para otros. Me parece una forma muy interesante de aprovechar ese superávit cognitivo al que me refería, promoviendo la recirculación de contenidos autofiltrados, y, tal vez, un gran ejemplo a considerar de vejez hiperactiva.
Fuente: Antropología de los cuidados en el anciano: evolución de los valores sociales sobre la vejez a través de la historia
Martes 27 Julio, 2010
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Fuente: Humanismo y Conectividad
Imagen 1: Grandfather &Boy
Imagen 2: Andrea, Matías y Manuel
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