2018-09-20

Alerta de la economía digital: La tecnología no sube la productividad.

¡Alerta! La tecnología no sube la productividad.

Por José Miguel Bolívar.

Optima Infinito.

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Alerta de la economía digital: La tecnología no sube la productividad

El título de este post coincide con el de un artículo publicado recientemente en la sección de Economía Digital de Expansión, y cuya lectura te recomiendo, ya que expone algunos datos muy interesantes y dignos de reflexión. Posteriormente se ha publicado otro artículo en el mismo medio que profundiza sobre el tema.


El caso de España, país en el que mucha gente trabaja particularmente mal, los datos son aún más tristes.

En estos artículo se explica que «la productividad laboral mundial ha pasado de crecer un 2,6% anual en el periodo 1996-2007, a un 1,8% en 2013-2016» y que «la llamada productividad total de los factores (PTF), por su parte, no solo se ha desacelerado sino que ha registrado una tasa de crecimiento negativa en los últimos años», destacando además lo preocupante de estos datos «por su carácter persistente y generalizado».

También se comenta que «en Estados Unidos, las tecnologías de la información ayudaron a disparar la productividad en las décadas de los setenta, ochenta y noventa», pero que, sin embargo, «llegó un punto, poco antes de que estallara la crisis económica de 2008, en el que la productividad laboral empezó a resentirse».

Según las fuentes citadas, nadie parece tener demasiado claras las causas de esta situación. Para un experto del Banco Mundial, por ejemplo, es simplemente una cuestión de tiempo y afirma que «los dividendos digitales llegarán; tenemos que ser pacientes».

Para otros expertos, por el contrario, el problema es la falta de herramientas adecuadas de medición y, en concreto, que «las estadísticas con las que trabajamos en el siglo XXI no recogen de forma adecuada el crecimiento económico».

Personalmente, me da la impresión de todos estos «expertos» están bastante perdidos, probablemente porque siguen operando desde el paradigma de la «productividad industrial», un paradigma que ya Peter Drucker declaró obsoleto hace casi dos décadas y que se ha evidenciado incapaz para entender y explicar la realidad actual de los profesionales del conocimiento.

El problema de operar desde un paradigma erróneo es que, aunque los datos y los hechos sean evidentes, y los tengas delante de tus narices, como en este caso, es como si no existieran, es decir, los ves, pero no sabes lo que ves.

Parece obvio que poco o ningún caso se ha hecho de las advertencias del maestro Peter Drucker, que precisamente a finales de los noventa (1.999) afirmaba:

«La contribución más importante del management en el siglo XX fue aumentar la productividad de los trabajadores manuales en un 50%. La contribución más importante del management en el siglo XXI es aumentar la productividad de los trabajadores del conocimiento, con suerte en el mismo porcentaje.
Hasta ahora, la productividad de los trabajadores del conocimiento es abismalmente baja y en muchas áreas incluso más baja que hace 70 años. Hasta el momento, casi nadie ha abordado este problema.
Sin embargo, sabemos cómo aumentar – y rápidamente – la productividad de los trabajadores del conocimiento.
Los métodos, sin embargo, son totalmente diferentes de aquellos que aumentaron la productividad de los trabajadores manuales».

Drucker continúa explicando que en el trabajo del conocimiento, antes de «hacer» hay que «pensar y decidir». En concreto, dice que es indispensable pensar antes de hacer, ya que sistemáticamente hay que responder(se) a la pregunta ¿cuál es la tarea?, una pregunta innecesaria en el trabajo manual.

Y este es el principal problema. Se sigue pensando en términos de productividad como sinónimo de eficiencia, cuando lo realmente importante en el trabajo del conocimiento es la efectividad.

Centrarnos únicamente en «hacer más» es peor aún que centrarnos solo en «hacer mejor las cosas», es decir, en la eficiencia, pero esto último tampoco es suficiente, ya que nos sigue apartando de lo más crítico, que es «hacer las cosas correctas», es decir, la eficacia. Y sin eficacia, la efectividad siempre es baja.

El valor del trabajo manual procede de «hacer» y por eso no es coincidencia que a las personas que realizan trabajo manual se las denomine «mano de obra», ya que es con sus manos – con o sin herramientas – con lo que «hacen» su trabajo.

Pero el valor del trabajo del conocimiento no procede tanto de «hacer» como, sobre todo, de «pensar y decidir». El problema es que los managers, directivos y expertos siguen pensando en las personas como «mano de obra» o, al menos, yo todavía he leído ni escuchado a nadie referirse a estos profesionales como «cerebros pensantes», que es lo que realmente requiere el trabajo del conocimiento.

Lo que aún no se ha asumido es que, guste o no guste, cualquier profesional del conocimiento tiene necesariamente que pensar y decidir constantemente en su trabajo, y la mayoría de las decisiones que toma son mucho más relevantes de lo que pueda parecer.

Precisamente por esto, la efectividad personal como competencia transversal todavía no se desarrolla de forma específica en la mayoría de las organizaciones y, cuando se hace, es de forma limitada. Y esta es una de las principales causas del problema, ya que la tecnología no piensa ni decide por ti, al menos por ahora, y no parece que esto vaya a cambiar hasta que las IA no evolucionen lo suficiente y se conviertan en algo generalizado.

Tener esta realidad presente es muy importante porque, cuando de trabajo del conocimiento se trata, la tecnología es un arma de doble filo, con efectos secundarios muy graves y significativos.

Uno de estos efectos secundarios negativos es agravar una situación en la que ya de por sí hay más cosas para hacer que tiempo para hacerlas, dando lugar a que los entornos laborales actuales superen la capacidad de los humanos, generando una sensación permanente de «sobrecarga», que dispara y mantiene constantemente activados los mecanismos de supervivencia más básicos, como el estrés.

El abuso y el mal uso tecnológico nos conduce así a una terrible paradoja: tenemos que hacer trabajo del conocimiento, para lo cual es imprescindible utilizar nuestro Sistema 2, pero no podemos trabajar porque nuestro Sistema 2 está «apagado» a consecuencia del estrés, escenario en el que el Sistema 1 asume el control total de la situación.

Así, nos encontramos con que la tecnología mal utilizada favorece que hagamos más cosas incorrectas en el mismo tiempo (como por ejemplo reunirnos a todas horas o leer y enviar decenas de emails absolutamente improcedentes [1]) y esto no solo no sube la productividad, sino que la baja, ya que, como también decía Drucker, «no hay nada tan inútil como hacer eficientemente lo que no se debe hacer en absoluto».

La conclusión de todo lo anterior es sencilla y evidente. Cuando el valor del trabajo únicamente procede de «hacer», la innovación tecnológica es probablemente la forma más efectiva de aumentar la productividad. Sin embargo, cuando el valor del trabajo procede principalmente de «pensar y decidir», la tecnología sin criterio no solo no ayuda, sino que puede llegar a convertirse en uno de los principales obstáculos para la mejora de la efectividad.

Y, si sabes verlo, hay datos más que de sobra que lo corroboran.

[1]. Nuestros estudios demuestran, de manera consistente e independiente del tipo de organización, que más del 40% de los emails que se envían a diario en las organizaciones no debería haberse enviado.

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Por José Miguel Bolívar.
Viernes 15 de junio de 2018

José Miguel Bolívar

Consultor artesano en efectividad centrada en las personas.
Madrid y alrededores, España.
Consultoría de estrategia y operaciones.
Actual: OPTIMA LAB.
Anterior: Life Technologies, Hewlett-Packard.
Educación: International Coach Federation.
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