Expectativas: El asesino silencioso de la felicidad.
Por Jennifer Delgado.
Rincón de la Psicología.
7 formas de dominar tus expectativas y romper el pensamiento mágico. |
“Las mejores cosas de la vida son inesperadas porque no teníamos expectativas”, dijo Eli Khamarov, y no le faltaba razón. La felicidad suele ser proporcional a nuestro nivel de aceptación e inversamente proporcional a nuestras expectativas.
Las expectativas están presentes en nuestro día a día, acechándonos con su carga de ilusiones y pretensiones. Pero cuando no se cumplen – algo que puede ocurrir a menudo – resbalamos hasta caer en el agujero de la frustración, el desengaño y la desilusión.
Por eso es esencial comprender las zancadillas mentales que representan las expectativas.
Las expectativas son creencias personales sobre los sucesos que pueden ocurrir – o no. Son suposiciones de cara al futuro, anticipaciones basadas en aspectos subjetivos y objetivos. De hecho, las expectativas se desarrollan a partir de una compleja combinación de nuestras experiencias, deseos y conocimiento del entorno o de las personas que nos rodean.
Las expectativas varían desde una pequeña posibilidad de ocurrencia hasta una ocurrencia casi segura. Algunas expectativas tienen un carácter automático ya que están alimentadas fundamentalmente por nuestros deseos, ilusiones y creencias, por lo que las alimentamos sin ser plenamente conscientes de su origen y sin contrastar cuán realistas son.
Otras expectativas tienen un carácter más reflexivo ya que parten de un proceso de análisis de los diferentes factores involucrados, siendo más realistas.
La principal función de las expectativas es prepararnos para la acción. Si nos anticipamos mentalmente a lo que pueda ocurrir, podemos preparar un plan de acción para que la vida no nos tome por sorpresa. Las expectativas, por ende, nos ayudan a prepararnos mentalmente para el futuro.
De hecho, la mayoría de nuestras decisiones no se basan exclusivamente en los datos objetivos –como nos gusta creer– sino en las expectativas que albergamos sobre los resultados de esas decisiones. Eso significa que cada decisión es, de cierta forma, un acto de fe. Detrás de cada decisión se esconde la confianza en que nuestras expectativas sobre las consecuencias de nuestra elección ocurrirán.
Por tanto, las expectativas se convierten en una especie de brújula interior. El problema es que esperar que algo suceda no hará que suceda, de manera que cuando las expectativas son poco realistas pueden terminar jugándonos malas pasadas y, en vez de ayudarnos a prepararnos mentalmente, nos abocan a la frustración.
Jean Piaget señaló que los niños pequeños tienen dificultades para distinguir entre el mundo subjetivo que crean en su mente y el mundo externo y objetivo. Piaget descubrió que los niños suelen creer que sus pensamientos pueden hacer que las cosas sucedan. Por ejemplo, si se enfadan con su hermano, pueden pensar que este enfermó por su culpa, aunque no sea así.
Piaget llamó a este fenómeno “pensamiento mágico” y sugirió que todos lo superamos alrededor de los 7 años. Sin embargo, lo cierto es que en la adultez seguimos teniendo diferentes formas de pensamiento mágico. A muchas personas les resulta difícil abandonar la idea de que esperar que algo suceda, lo hará posible, una idea en la que hacen leva teorías como la famosa “ley de la atracción”.
Además, tenemos la tendencia a depositar nuestras esperanzas de felicidad en las expectativas cumplidas. O sea, creemos que seremos felices si lo que esperamos o deseamos se cumple. Y si no ocurre, creemos que seremos profundamente infelices.
Ese tipo de pensamiento posterga la felicidad, hipotecándola a una probabilidad.
Sin embargo, las expectativas no son necesariamente negativas, siempre y cuando tengamos buenas razones para creer que el cumplimiento de una expectativa nos hará felices, y nos aseguremos de dar los pasos necesarios para que esos deseos se cumplan.
El verdadero problema de las expectativas radica en esperar que algo suceda sin tener buenas razones para ello. Si creemos que el simple hecho de albergar ciertos deseos, hará que ocurran, estamos alimentando un pensamiento mágico y sentando las bases para la decepción.
Este tipo de pensamiento puede parecer delirante. Y lo es, pero todos lo hemos alimentado en ciertas circunstancias cada vez que albergamos expectativas poco realistas como:
Las expectativas no son dañinas en sí puesto que nos ayudan a formarnos un cuadro general de lo que podría ocurrir en un futuro más o menos cercano. El problema comienza cuando esperamos que la vida discurra según nuestros deseos, algo que más temprano que tarde nos conducirá a la desilusión, porque como dijo la escritora Margaret Mitchell: “la vida no está obligada a darnos lo que esperamos”.
El problema aparece cuando nos olvidamos que nuestras expectativas a menudo solo reflejan un deseo o una probabilidad – a menudo bastante remota – de que algo ocurra. Cuando perdemos de vista esa perspectiva, las expectativas se convierten en un auténtico asesino de la felicidad.
Además, cuando las expectativas incumplidas involucran el “fracaso” de otras personas para comportarse de la manera en que esperamos, a la decepción se le suma el resentimiento, el cual terminará afectando profundamente la relación, haciendo que perdamos la confianza en esas personas.
Deshacernos de las expectativas es complicado. La buena noticia es que no es necesario desterrarlas de nuestro mundo psicológico, pero necesitamos aprender a distinguir entre las expectativas realistas y aquellas poco realistas.
Las expectativas no son hechos, son simples probabilidades, comprender esta diferencia, que no es meramente terminológica, nos permitirá tomar las riendas de nuestra vida. Eso significa que, si deseas que ocurra algo, debes asumir una actitud proactiva y dar los pasos que sean necesarios para que ese deseo se convierta en realidad, no esperar pacientemente a que los demás adivinen qué quieres o esperas de ellos.
Paradójicamente, esperar menos y actuar más nos permite retomar el control sin sentirnos agobiados ya que implica una mayor confianza en nuestras potencialidades y un mayor autoconocimiento. Las personas que no se sientan a esperar a que los demás cumplan con sus expectativas, sino que luchan por lo que quieren, no suelen adoptar el papel de víctimas o mártires, sino que se encargan de hacer que las cosas sucedan.
La mayor parte del tiempo funcionamos en piloto automático asumiendo la “mentalidad de la manada”; es decir, nos dedicamos a cumplir con nuestros deberes. Sin embargo, los deberes no son más que las expectativas que nos han impuesto los demás, ya sea la familia o la sociedad.
Cuando no cumplimos nuestros deberes, nos sentimos culpables. Pero si cumplimos con ellos esperamos una recompensa y cuando esta no llega, nos enfadamos y desilusionamos. En cualquier caso, siempre llevamos las de perder porque estamos inmersos en un estado emocional negativo permanente.
Sin embargo, deshacernos de nuestras expectativas también implica comprender que no necesitamos satisfacer las expectativas de los demás. Y se trata de un proceso liberador a través del cual entras en contacto con tus verdaderos deseos y pasiones, que son dos ingredientes fundamentales para lograr lo que te propones en la vida.
“No cruces el puente hasta que no llegues a él”, aconseja un refrán inglés. Necesitamos comprender que las expectativas están conformadas por retazos del pasado, que nos han servido para realizar la predicción, y por deseos para el futuro pero no contienen ni una pizca de presente, que es lo único que realmente tenemos.
Las expectativas sin acción solo sirven para encerrarnos en la trampa del futuro, nos limitan al papel del ajedrecista que está sentado a la espera del movimiento de su adversario, mientras por su mente pasan todas las posibles jugadas para contraatacar. Solo que en la vida, asumir durante demasiado tiempo el papel del ajedrecista significa dejar que el presente se nos escape.
Además, a menudo las expectativas se convierten en unas gafas que nos impiden ver el mundo con claridad. Al esperar algo, podemos desaprovechar otras oportunidades, como si estuviéramos en el andén de una estación esperando un tren que nunca llega y, mientras tanto, dejamos que los otros se marchen. Al contrario, tener expectativas realistas nos permite vivir en el presente, construirlo y aprovechar las oportunidades que este nos brinda.
En el budismo se hace referencia a la “mente expectante” para referirse a aquellas personas que esperan algo, pero no ponen manos a la obra para lograrlo. Desde esta óptica, las expectativas serían tan inútiles como una danza india para llamar la lluvia.
De hecho, son contraproducentes porque cuando no se cumplen, solo sirven para generar dolor y sufrimiento, irritación y tristeza. ¿La solución? Controlar esa mente expectante. Podemos lograrlo abriéndonos más a la incertidumbre y al discurrir de la vida, viviendo las situaciones sin anticipar un resultado.
Las expectativas nos ayudan a prepararnos para el futuro, por lo que podemos usarlas a nuestro favor, solo necesitamos aprender a diferenciar las expectativas realistas, esas que tienen grandes probabilidades de convertirse en realidad, de aquellas poco realistas que se basan casi exclusivamente en nuestros deseos.
Debemos tener en cuenta que “las expectativas poco realistas son resentimientos premeditados”, como dijera Steve Lynch, ya que existen grandes probabilidades de que no se cumplan. Esperar que una persona haga algo a nuestro favor que vaya en contra de sus intereses es poco realista. En cambio, esperar que esa persona haga algo a nuestro favor que también le favorece es una expectativa más realista.
Creer que una expectativa no verbalizada nos traerá lo que deseamos es un pensamiento mágico y poco realista. En realidad, es muy probable que una expectativa no expresada no se cumpla. Por tanto, si esperamos algo de los demás, no debemos esperar que nos lean el pensamiento, lo mejor es comunicar nuestras expectativas, explicarles lo que deseamos y conocer su disposición para ayudarnos.
Las expectativas están presentes en nuestro día a día, acechándonos con su carga de ilusiones y pretensiones. Pero cuando no se cumplen – algo que puede ocurrir a menudo – resbalamos hasta caer en el agujero de la frustración, el desengaño y la desilusión.
Por eso es esencial comprender las zancadillas mentales que representan las expectativas.
¿Qué son las expectativas?
Las expectativas son creencias personales sobre los sucesos que pueden ocurrir – o no. Son suposiciones de cara al futuro, anticipaciones basadas en aspectos subjetivos y objetivos. De hecho, las expectativas se desarrollan a partir de una compleja combinación de nuestras experiencias, deseos y conocimiento del entorno o de las personas que nos rodean.
Las expectativas varían desde una pequeña posibilidad de ocurrencia hasta una ocurrencia casi segura. Algunas expectativas tienen un carácter automático ya que están alimentadas fundamentalmente por nuestros deseos, ilusiones y creencias, por lo que las alimentamos sin ser plenamente conscientes de su origen y sin contrastar cuán realistas son.
Otras expectativas tienen un carácter más reflexivo ya que parten de un proceso de análisis de los diferentes factores involucrados, siendo más realistas.
¿Cuáles son las funciones de las expectativas?
La principal función de las expectativas es prepararnos para la acción. Si nos anticipamos mentalmente a lo que pueda ocurrir, podemos preparar un plan de acción para que la vida no nos tome por sorpresa. Las expectativas, por ende, nos ayudan a prepararnos mentalmente para el futuro.
De hecho, la mayoría de nuestras decisiones no se basan exclusivamente en los datos objetivos –como nos gusta creer– sino en las expectativas que albergamos sobre los resultados de esas decisiones. Eso significa que cada decisión es, de cierta forma, un acto de fe. Detrás de cada decisión se esconde la confianza en que nuestras expectativas sobre las consecuencias de nuestra elección ocurrirán.
Por tanto, las expectativas se convierten en una especie de brújula interior. El problema es que esperar que algo suceda no hará que suceda, de manera que cuando las expectativas son poco realistas pueden terminar jugándonos malas pasadas y, en vez de ayudarnos a prepararnos mentalmente, nos abocan a la frustración.
5 ejemplos de expectativas poco realistas que alimentan un pensamiento mágico
Jean Piaget señaló que los niños pequeños tienen dificultades para distinguir entre el mundo subjetivo que crean en su mente y el mundo externo y objetivo. Piaget descubrió que los niños suelen creer que sus pensamientos pueden hacer que las cosas sucedan. Por ejemplo, si se enfadan con su hermano, pueden pensar que este enfermó por su culpa, aunque no sea así.
Piaget llamó a este fenómeno “pensamiento mágico” y sugirió que todos lo superamos alrededor de los 7 años. Sin embargo, lo cierto es que en la adultez seguimos teniendo diferentes formas de pensamiento mágico. A muchas personas les resulta difícil abandonar la idea de que esperar que algo suceda, lo hará posible, una idea en la que hacen leva teorías como la famosa “ley de la atracción”.
Además, tenemos la tendencia a depositar nuestras esperanzas de felicidad en las expectativas cumplidas. O sea, creemos que seremos felices si lo que esperamos o deseamos se cumple. Y si no ocurre, creemos que seremos profundamente infelices.
Ese tipo de pensamiento posterga la felicidad, hipotecándola a una probabilidad.
Sin embargo, las expectativas no son necesariamente negativas, siempre y cuando tengamos buenas razones para creer que el cumplimiento de una expectativa nos hará felices, y nos aseguremos de dar los pasos necesarios para que esos deseos se cumplan.
El verdadero problema de las expectativas radica en esperar que algo suceda sin tener buenas razones para ello. Si creemos que el simple hecho de albergar ciertos deseos, hará que ocurran, estamos alimentando un pensamiento mágico y sentando las bases para la decepción.
Este tipo de pensamiento puede parecer delirante. Y lo es, pero todos lo hemos alimentado en ciertas circunstancias cada vez que albergamos expectativas poco realistas como:
1. La vida debería ser justa.
La vida no es justa, a las “personas buenas” les suceden cosas malas. Esperar que podamos librarnos de los problemas y dificultades solo porque somos “buenos” es un ejemplo de expectativa poco realista que solemos alimentar.2. Las personas tienen que entenderme.
Todos sufrimos en cierta medida el Efecto del Falso Consenso, un fenómeno psicológico según el cual solemos pensar que un gran número de personas piensan como nosotros y que tenemos la razón. No siempre es así, cada quien tiene su punto de vista y no tiene que coincidir con el nuestro.3. Todo saldrá bien.
Es una frase que nos decimos a menudo para infundirnos confianza, pero lo cierto es que si no nos aseguramos de que las cosas salgan bien poniendo manos a la obra, nuestros planes podrían torcerse en cualquier momento.4. La gente debería comportarse bien conmigo.
Esperamos que las personas sean amables y estén dispuestas a ayudarnos, pero no siempre será así. A algunas personas no les caeremos bien y a otras simplemente no les importamos. Debemos asumirlo.5. Puedo cambiarlo.
Solemos pensar que podemos cambiar a los demás, una expectativa bastante común en las relaciones de pareja. Pero lo cierto es que el cambio personal debe provenir del interior, de una motivación intrínseca. Podemos ayudar a una persona a cambiar, pero no podemos cambiarla ni “arreglarla”.Consecuencias de las expectativas poco realistas
Las expectativas no son dañinas en sí puesto que nos ayudan a formarnos un cuadro general de lo que podría ocurrir en un futuro más o menos cercano. El problema comienza cuando esperamos que la vida discurra según nuestros deseos, algo que más temprano que tarde nos conducirá a la desilusión, porque como dijo la escritora Margaret Mitchell: “la vida no está obligada a darnos lo que esperamos”.
El problema aparece cuando nos olvidamos que nuestras expectativas a menudo solo reflejan un deseo o una probabilidad – a menudo bastante remota – de que algo ocurra. Cuando perdemos de vista esa perspectiva, las expectativas se convierten en un auténtico asesino de la felicidad.
Además, cuando las expectativas incumplidas involucran el “fracaso” de otras personas para comportarse de la manera en que esperamos, a la decepción se le suma el resentimiento, el cual terminará afectando profundamente la relación, haciendo que perdamos la confianza en esas personas.
Deshacernos de las expectativas es complicado. La buena noticia es que no es necesario desterrarlas de nuestro mundo psicológico, pero necesitamos aprender a distinguir entre las expectativas realistas y aquellas poco realistas.
Las ventajas de dominar tus expectativas
1. Asumes la responsabilidad por tus decisiones
Las expectativas no son hechos, son simples probabilidades, comprender esta diferencia, que no es meramente terminológica, nos permitirá tomar las riendas de nuestra vida. Eso significa que, si deseas que ocurra algo, debes asumir una actitud proactiva y dar los pasos que sean necesarios para que ese deseo se convierta en realidad, no esperar pacientemente a que los demás adivinen qué quieres o esperas de ellos.
Paradójicamente, esperar menos y actuar más nos permite retomar el control sin sentirnos agobiados ya que implica una mayor confianza en nuestras potencialidades y un mayor autoconocimiento. Las personas que no se sientan a esperar a que los demás cumplan con sus expectativas, sino que luchan por lo que quieren, no suelen adoptar el papel de víctimas o mártires, sino que se encargan de hacer que las cosas sucedan.
2. Separas tus deseos de tus deberes
La mayor parte del tiempo funcionamos en piloto automático asumiendo la “mentalidad de la manada”; es decir, nos dedicamos a cumplir con nuestros deberes. Sin embargo, los deberes no son más que las expectativas que nos han impuesto los demás, ya sea la familia o la sociedad.
Cuando no cumplimos nuestros deberes, nos sentimos culpables. Pero si cumplimos con ellos esperamos una recompensa y cuando esta no llega, nos enfadamos y desilusionamos. En cualquier caso, siempre llevamos las de perder porque estamos inmersos en un estado emocional negativo permanente.
Sin embargo, deshacernos de nuestras expectativas también implica comprender que no necesitamos satisfacer las expectativas de los demás. Y se trata de un proceso liberador a través del cual entras en contacto con tus verdaderos deseos y pasiones, que son dos ingredientes fundamentales para lograr lo que te propones en la vida.
3. Disfrutas más del presente
“No cruces el puente hasta que no llegues a él”, aconseja un refrán inglés. Necesitamos comprender que las expectativas están conformadas por retazos del pasado, que nos han servido para realizar la predicción, y por deseos para el futuro pero no contienen ni una pizca de presente, que es lo único que realmente tenemos.
Las expectativas sin acción solo sirven para encerrarnos en la trampa del futuro, nos limitan al papel del ajedrecista que está sentado a la espera del movimiento de su adversario, mientras por su mente pasan todas las posibles jugadas para contraatacar. Solo que en la vida, asumir durante demasiado tiempo el papel del ajedrecista significa dejar que el presente se nos escape.
Además, a menudo las expectativas se convierten en unas gafas que nos impiden ver el mundo con claridad. Al esperar algo, podemos desaprovechar otras oportunidades, como si estuviéramos en el andén de una estación esperando un tren que nunca llega y, mientras tanto, dejamos que los otros se marchen. Al contrario, tener expectativas realistas nos permite vivir en el presente, construirlo y aprovechar las oportunidades que este nos brinda.
¿Cómo ajustar las expectativas?
1. Controla la mente expectante.
En el budismo se hace referencia a la “mente expectante” para referirse a aquellas personas que esperan algo, pero no ponen manos a la obra para lograrlo. Desde esta óptica, las expectativas serían tan inútiles como una danza india para llamar la lluvia.
De hecho, son contraproducentes porque cuando no se cumplen, solo sirven para generar dolor y sufrimiento, irritación y tristeza. ¿La solución? Controlar esa mente expectante. Podemos lograrlo abriéndonos más a la incertidumbre y al discurrir de la vida, viviendo las situaciones sin anticipar un resultado.
2. Diferencia las expectativas realistas de las poco realistas.
Las expectativas nos ayudan a prepararnos para el futuro, por lo que podemos usarlas a nuestro favor, solo necesitamos aprender a diferenciar las expectativas realistas, esas que tienen grandes probabilidades de convertirse en realidad, de aquellas poco realistas que se basan casi exclusivamente en nuestros deseos.
Debemos tener en cuenta que “las expectativas poco realistas son resentimientos premeditados”, como dijera Steve Lynch, ya que existen grandes probabilidades de que no se cumplan. Esperar que una persona haga algo a nuestro favor que vaya en contra de sus intereses es poco realista. En cambio, esperar que esa persona haga algo a nuestro favor que también le favorece es una expectativa más realista.
3. Comunica tus expectativas.
Creer que una expectativa no verbalizada nos traerá lo que deseamos es un pensamiento mágico y poco realista. En realidad, es muy probable que una expectativa no expresada no se cumpla. Por tanto, si esperamos algo de los demás, no debemos esperar que nos lean el pensamiento, lo mejor es comunicar nuestras expectativas, explicarles lo que deseamos y conocer su disposición para ayudarnos.
4. Prepara un plan B.
Comunicar nuestras expectativas no siempre es suficiente para que estas se hagan realidad. Entre nuestros planes y su consecución influyen muchos factores que escapan de nuestro control, por lo que lo más inteligente es tener preparado un plan B.
Como dijera el escritor Denis Waitley: “Espera lo mejor, planea para lo peor y prepárate para sorprenderte”. Esa es la actitud.
JENNIFER DELGADO SUÁREZ
Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?
Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?
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Fuente: Rincón de la Psicología
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De la misma autora: Jennifer Delgado
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